Miró la primera luz en la importante población minera de Mapimí, estado de Durango, un día de 1828. Sus padres fueron el acaudalado minero Don Juan Vicente Caracho y la señora doña María Josefa Arce.
Su madre murió tempranamente en plena infancia de Vicenta, y su padre también murió cuando viajaba en un barco que lo transportaba a España en viaje de negocios.
Vicenta era una niña cuando perdió a sus dos progenitores, primero a su madre y después a su padre; sin embargo, don Juan Vicente tuvo la prudencia de recomendar la tutela y protección de su familia en caso de que él llegara a faltar, a su amigo predilecto el entonces Gobernador Lic. Juan Hernández y Marín.
Vicenta no quería dejar su tierra, el Mapimí de su infancia y su adolescencia y se caso a los 17 años, con un rico hacendado, Rafael Policarpo González Cruz con quien procreó sus tres hijas: María Juanita y Maclovia.
El matrimonio no fue duradero, en un viaje de negocios, la caravana en la que viajaba don Rafael fue asaltada por los indios salvajes y él resultó mortalmente herido, dejando viuda a Vicenta.
Era una mujer de carácter, lo demostró en el resto de su vida y la pérdida de su esposo, muy lamentable, la convirtió en elemento impulsor que le permitió transformar su existencia.
Cuando se miró sola en Mapimí, se trasladó con sus hijas a la ciudad de Durango y apoyada con la tutela de su protector el Lic. Hernández y la educación muy completa y refinada que había recibido en Mapimí, se incorporó al ejercicio de la docencia, impartiendo clases de moral, música, tejido y otras disciplinas, actividades con las cuales se dio a conocer como educadora nata, con profesión y vocación pedagógicas, ingredientes que forman al maestro.
Como mujer, como educadora y como persona, fue diferente al común de la gente; se distinguió por su filiación liberal, y admiró a Benito Juárez, rechazando la política de Porfirio Díaz, circunstancia que le ocasionó ser excomulgada por el clero de la época, pero ayer y ahora admirada por su convicción revolucionaria.
Murió en el año de 1888 y la oración fúnebre en sus funerales fue pronunciada por el Lic. Juan Hernández y Marín.
Su fotografía y su nombre se encuentran en la Galería de maestros distinguidos de Durango.